viernes, 18 de diciembre de 2009

El Síndrome de Stendhal (y II)

(Continuación) Se da la casualidad que Galileo, no sólo nació el mismo año en el que muere Miguel Angel, sino que lo hace en el mismo mes, febrero, y casi en el mismo día.

Uno el 18 y otro el 14. Estas cosas pasan.

Pero ésta es otra historia que, a no mucho tardar, traeremos a este negro sobre blanco. Y volvamos a lo de las tumbas.

Han de saber que la de Galileo que se ve allí es una impostura. Está vacía.

No es ahí donde yacen, en realidad, sus restos. No en vano, hasta hace muy poco, el iniciador de la Física, estaba considerado como un científico herético.

Ya saben de sus diferencias astro-cinemáticas con la Iglesia. Él afirmaba que era la Tierra la que se movía en vez del Sol y, claro, eso no podía ser. La Biblia dice todo lo contrario. Así que "Vade retro, Galileo".

Lo cierto es que sus restos reposan en una capilla anexa de la propia iglesia. Una a la que no se puede acceder, por no estar abierta al público. Por ahora. Quedamos en espera de mejores tiempos. Como dicen que dijo el científico: “Eppur si muove”.

Literato y matemático
Si bien todo lo que les he contado más arriba es relativamente conocido, lo que quizás no lo sea tanto, y vuelvo al litera-matemático, es la extraordinaria capacidad que tuvo Stendhal para las matemáticas.

Estudió en la Escuela Central de Grenoble, ciudad en la que nació y que, por cierto, aborrecía.

Hablaba de ella y sus gentes como de un “cuartel general de la mezquindad” e “innoble estercolero”.

En fin, no parece que le gustara mucho. Aunque ignoramos la razón.

Sin embargo amaba las matemáticas. Según él porque “no admitían ni la hipocresía ni la vaguedad”.

Con tan sólo dieciséis años ganó el primer premio de matemáticas de la Escuela y viajó a París para ingresar en su famosa Escuela Politécnica. Un logro extraordinario.

Por desgracia Stendhal enfermó y no se pudo presentar a la prueba de acceso. Así es la vida. El hombre propone y Dios dispone.

En su 'Autobiografía' recuerda, de su época de estudiante, un supuesto sucedido con su maestro el gran matemático L. Euler que, según él, le causó una fuerte impresión.

Lo he llamado, a ver si no cómo, el problema de los huevos de Euler.

La historia de los huevos de Euler
Nos cuenta Stendhal, cuando todavía sólo era Marie-Henry Beyle, de su maestro que:

“…al llegar un día a su casa lo encontré resolviendo un problema acerca de los huevos que una campesina llevaba al mercado… Esto fue para mí un descubrimiento. Comprendí lo que significaba valerse de un arma como el álgebra pero, ¡Demonios!, nadie me lo había explicado antes…”.

Sin duda en ese cuerpo de futuro escritor habitaba ya, y también, un matemático. Pero así es la vida. Por si le interesa, en la próxima entrada les traigo el problema ovoalgebraico en cuestión.



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