lunes, 29 de enero de 2018

Amor, no me quieras tanto (1)

Monstruo de ojos verdes. Con esta expresión aludía el bardo Shakespeare a los celos sentimentales, a los anormales claro, a esa locura envenenada que vive a la sombra del amor y que cuando aflora, nos hace perder el buen juicio y lo que es peor, acaba por robar lo mejor de nosotros.
Una especie de fiera hambrienta que provoca estragos y termina por devorar a los amantes, así son estos celos de los que les hablo. Un sentimiento que sobrepasa ese malestar humano y lógico que nos invade, cuando nuestra pareja muestra especial interés por una persona o es una persona quien muestra ese interés por ella.
Da igual, ya que en cualquiera de los casos la vemos como un posible rival y por eso se altera nuestro estado de ánimo. No en vano han tocado nuestro amor propio, un amor que no lo olviden nunca es celoso.
Pero no son de estos celos, digamos normales, de los que se ocupa este ‘enroque’, no. Los de hoy son los enfermizos, aquellos que sobrepasan ese nivel de normalidad cuando el malestar se transforma en pasión endemoniada y la vida en pareja se convierte en un infierno insufrible. Una situación de la que lo más probable es que salgan escaldados ambos amantes.
Y es que por celos se llega a matar, qué les voy a contar que ustedes no sepan ya. No en vano las crónicas de sociedad de todos los tiempos han estado, están y estarán repletas de crímenes pasionales. Dicen los psicólogos que asesinar al rival amoroso o al compañero infiel, es uno de los fantaseos impulsivos más comunes del celoso.
Pero por suerte y para casi todo el mundo la cosa queda ahí, en la represión del impulso, la mortificación del dolor y el desbarajuste de los afectos. Eso sí, todo en la más estricta intimidad. Sin duda estos celos amorosos son la ictericia del alma. 
Celos delirantes
¿Pero qué ocurre si esa amenaza de nuestra vida en pareja es imaginaria? ¿Qué si  esos celos no están motivados por algo real y no son más que producto de la fantasía?
Porque esto suele suceder y hay personas que viven en continua zozobra por miedo a que su pareja inicie una aventura amorosa. De modo que sus días trascurren en un sobresalto constante y buena parte de su energía la emplean en demostrar que sus sospechas no son infundadas como -según él- pretenden hacerle creer los demás.
Por decirlo de alguna forma estas personas viven en medio de un delirio, una enajenación como la que refleja en toda su delirante intensidad Otelo, prototipo de hombre celoso cuando estrangula a su amada Desdémona y sólo porque sospecha que mantiene un amor ilícito.
Un Otelo que al descubrir su absoluta fidelidad, se suicida. (Continuará)
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