domingo, 2 de abril de 2017

María Sibylla Merian (1)

Nacida y criada en un hogar alemán de artistas, desde muy pequeña María Sibylla Merian  (1647-1717) se sintió atraída por las plantas y los insectos, a la vez que se iniciaba en las técnicas del grabado, el dibujo, la pintura y el aguafuerte. Además ambas aficiones las realizaba con bastante buen provecho.
Con tan solo trece años ya pintaba plantas, insectos y ranas, a partir de los ejemplares que capturaba y después criaba. Unas aficiones, captura, crianza y pintura, todo sea dicho, bastante inusuales en las chicas de su edad por aquella época.
Casada a los dieciocho años, el nuevo estado civil no fue un inconveniente para que continuara con sus actividades, y fruto de sus observaciones llegó a una conclusión científica: las mariposas se desarrollaban a partir de ciertas orugas.
Una afirmación que estarán conmigo, resulta también bastante inusual, máxime si tenemos en cuenta que en aquellos tiempos era contraria a la creencia predominante de la época. Aquella que aseguraba que los insectos eran el resultado de la “generación espontánea en un lodo en putrefacción”.
Teoría de la generación espontánea
Una antañona hipótesis biológica, ya era defendida por Aristóteles en el siglo IV a. C., según la cual algunos animales y plantas pueden surgir de manera espontánea tanto de la materia orgánica, como de la inorgánica o de una mezcla de ambas.
Una idea que si se piensa no resulta tan descabellada. Basta prestar cierta atención a algunos procesos naturales, para llegar a ella sin mucha dificultad. Es lo que ocurre por ejemplo con el fenómeno de la putrefacción y sus sorprendentes efectos.
Pues bien, mediante el supuesto mecanismo de la generación espontánea se podía explicar cómo al cabo de un tiempo, aparecían en un trozo de carne descompuesta desde larvas de mosca, hasta gusanos del fango, pasando por pequeños organismos acuáticos. En general insectos, gusanos, pequeños ratones, etcétera.
Así que no es de extrañar que fuese una idea con cierto asentamiento y que tras el filósofo griego fuese también aceptada por otros pensadores como René Descartes, Francis Bacon o Isaac Newton entre otros. Al fin y al cabo, si se creía en la creación, por qué no en la generación espontánea.
Y así fue hasta el siglo XVII, en el que determinados experimentos llevaron al hombre a la conclusión de que se trataba de una teoría errada, de una falacia científica.
Unos experimentos tras los que se encuentran hombres conocidos y reconocidos como Francesco Redi en el siglo XVII, Lazzaro Spallanzani en el XVIII y Louis Pasteur en el XIX por citar algunos. Gracias a ellos sabemos de la ley de la biogénesis, por la que todo ser vivo proviene siempre de otro ser vivo ya existente.
Sin embargo esto lo sabemos desde tiempos relativamente recientes. Hasta entonces lo que predominaba era la terrible designación que la Iglesia dio a esos seres surgidos de la “nada”, algo así como “bestias del diablo”. Ya se sabe. Tememos todo aquello que desconocemos.
Pero María no era así. Ella sabía que a pesar de lo que decía la iglesia, el diablo en este asunto tenía poco que ver. Sencillamente no era cierto y se propuso demostrarlo. Fue una especie de sueño que se empeñó en hacerlo realidad.
De modo que, como primer paso, estudió no solo la metamorfosis, los detalles de la crisálida, sino también las plantas de las cuales se alimentaban las orugas. Vamos lo que se dice el ciclo completo de sus vidas. Y todo lo dibujó en su libreta de bocetos.
Y siguió dando pasos en pos de su sueño. Empezaba a formarse una nueva María que quería más. (Continuará)



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