miércoles, 26 de agosto de 2015

Flaubert y los grafitis (1)

Del escritor francés creo que lo he enrocado sólo en una ocasión. Fue con propósito ilustrativo y la única intención de hacer ver lo poco que soy de fiar. Yo, no de Flaubert.

Han de saber que soy uno de esos que no creen, que el escritor francés Gustave Flaubert (1821-1880), llegara a decir aquello de “Madame Bovary soy yo”. Es así, cierto de toda certeza.

Llámenme descreído, que no sólo lo entenderé sino que lo comprenderé. Mas es lo que pienso y creo. Entiéndanme también ustedes.

Pero a lo que iba, a lo mollar, ‘Flaubert y los grafitis’.

Y puntualizada la primera parte del título, paso a la segunda de la que sí les he contado algo más. De hecho los grafitis, no sólo constituyen toda una categoría enrocada del blog sino que, incluso, en cierta ocasión, les dije que los grafitis, a pesar de lo que se pueda pensar, no son una manifestación artística de los tiempos que corren.

Ni mucho menos.

Precedentes enrocados
De esta modalidad de pintura libre e ilegal, generalmente realizada en espacios urbanos, les hablé a propósito del cinematográfico y didascálico grafiti Romanes eunt domus, perdón, Romani ite domum. Ya saben por dónde voy.

Al final siempre me tiene que salir la deformación profesional.

La película recordarán, es La vida de Brian (1979) del grupo de comedia inglés Monty Python, y versa sobre Brian, un judío que nace el mismo día que Jesucristo y ya de adulto es varias veces confundido con él. Toda una odisea como se puede imaginar.

También hice lo propio en la entrada Grafitis científicos. 88’, sobre un ejemplar que data de finales del siglo XV o principios del XVI. Es decir, más o menos, de los tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo.

Bueno pues ésta viene a ser como una tercera entrega cronológica y nos llega de la pluma, nada menos que de uno de los mejores novelistas occidentales. Les pongo en antecedentes.

En la columna de Pompeyo, Alejandría
De la relación de Gustave Flaubert con lo que hoy conocemos como grafitis, sabemos por el epistolario que mantuvo entre los meses de octubre de 1849 y junio de 1851.

En concreto durante el viaje que realizó a Oriente, en compañía de su amigo Maxime du Camp (1822-1894), escritor y fotógrafo francés, miembro de la Academia Francesa.

Y así, en algunas de las cartas que Flaubert le escribe a su madre le manifiesta su pesadumbre, incluso enfado, ante las inscripciones o grabados, hoy grafitis, que los turistas europeos hacían sobre los monolitos, esculturas, muros y toda clase de ruinas de los antiguos egipcios.

¡Ojo!, que estamos hablando de mediados del siglo XIX.

Pues bien, en una de ellas, hace mención a unas letras grabadas en la columna de Pompeyo, y añade: “Hay nombres que han debido de tardar tres días en ser grabados, tan profundamente están tallados en la piedra. Algunos se encuentran por todas partes, en una sublime persistencia de la estupidez”.

De la estupidez, un tema importante y recurrente en el pensamiento flaubertiano.

"Del pobre Arcet"
Tan obsesionados llegan a estar nuestros viajeros con las inscripciones que encuentran que, a su paso por las ruinas de Ombos, Flaubert nos deja escrito que su compañero du Camp reconoció lo que llamó “la huella del pobre Arcet”.

Hasta donde sé, un viejo conocido de Flaubert y desconocido para el resto de la humanidad, que de París fue a escribir su nombre a Egipto, para irse a morir a Brasil en 1847. (Continuará)






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