miércoles, 29 de julio de 2015

Las sandalias de Einstein (y 2)

(Continuación) Si fue porque se sintió atraído por el sonido que salía de su interior, era la sinfonía No. 40 de Mozart que sonaba en un fonógrafo. Lo que podría ser conociendo al personaje.

O porque quisiera comprarse algo que necesitara. Al fin y al cabo humano. O por una mezcla de las dos. Que por qué no. Total puesto a especular.

Una cuestión de pronunciación
El caso que cuentan que entró tarareando y dirigiendo con los brazos al aire la sinfonía, y preguntó: Haff you any sundahls? que el tendero entendió como: “¿Tiene relojes de sol?”.

Y lo cierto que, precisamente, relojes de sol no tenía a la venta. Pero sí uno suyo, que estaba instalado en el jardín de la parte de atrás de la casa.

Al mostrárselo, no hay constancia de si era horizontal o vertical, le indicó que se lo prestaba el tiempo que lo quisiera tener. Naturalmente había reconocido al personaje nada más entrar y, como buen comerciante, quería complacerle.

De ahí que se asombrara de su reacción. Era la última que se hubiera esperado, pues su ofrecimiento hizo reír al científico a carcajadas.

Ante esta situación y consciente de su, aún, fuerte acento alemán, Einstein comprendió que había inducido al error al comerciante. De modo que, balbuceando un “este horrible acento mío”, se señaló los pies y repitió, esmerándose en la pronunciación: Sandals!.

Es decir “sandalias”. Eso era lo que necesitaba el hombre, un calzado para para llevar aireados los pies. Una parte delicada de su anatomía, de toda la vida.

Por desgracia, o por suerte para nosotros, parece que tampoco pudo el tendero atenderlo. Quizás Margot había exagerado algo al hablarle de la abundancia de mercancías de la tienda.

Resulta que de su número (11) sólo le quedaban un par en blanco y negro, pero eran de mujer. Costaban uno coma treinta y cinco dólares (1,35 $) y disculpándose se los enseñó.

Fue cuando del asombro ante las risas por la confusión del reloj de sol, el comerciante pasó a la sorpresa. Y es que Einstein, nada más ver las sandalias, dijo: “Ah, justo lo que estaba buscando”. Y ni corto ni perezoso se las llevó, tras pagarlas.

De ahí la poca masculinidad de las sandalias de la fotografía, ¡es que son de mujer!

¿Entonces? ¡Cómo es que las compró! ¿Travestismo? ¿Genialidad? ¿Simple desinterés y despreocupación por su aspecto? ¿O quizás es que sencillamente las necesitaba? Chi lo sa.

Mas no quedó ahí la cosa.

La fotografía sensual
Dicen que con motivo de la divertida confusión entre reloj de sol y sandalias, entre los dos hombres nació cierta amistad y que, dado que compartían una gran afición por la música, tocaron juntos e incluso formaron un cuarteto de cuerda.

Todo lo cual puede ser también. Vaya usted a saber.

Lo que sí es cierto, la fotografía es la prueba fehaciente, es que posaron juntos. Fue ese mismo día y la realizó Reginald Donahue, un fotógrafo local, que hizo varias más del físico durante su estancia veraniega. Una de ellas en casa de Rothman tocando el violín.

Así que Einstein tras pagarlas, me refiero a las sandalias, se las llevó pero puestas. Lo digo por la fotografía.

Como pueden ver, la del comienzo del artículo, es otra diferente a ésta con el señor Rothman, posando a la izquierda de Einstein con las femeninas sandalias puestas y las piernas en postura cruzada, ambos sobre una piedra en Horseshoe Cove Point.

No es el caso de otra fotografía curiosa del físico, que si está recortada. Me refiero a esa en la que aparece sólo, sacando la lengua al fotógrafo y que seguro han visto. Es otra historia con intrahistoria.

Un conjunto de lo más sensual para algunos, vuelvo a la imagen playera, y un mito fotográfico para otros. Pero a lo que nos trae, la fotografía de las sandalias es real, no se trata de un fake.

Tan real como la otra historia que ocurrió ese mismo verano del 39. La de la carta que envió al presidente de los EEUU, F. D. Roosevelt, advirtiéndole sobre los usos militares de la energía nuclear. Un asunto serio éste (Continuará)




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