sábado, 26 de enero de 2013

CALLE RODRIGO DE TRIANA (I)


Se encuentra muy cerca de la plaza Virgen Milagrosa donde está su estatua. Es una estrecha calle que comienza en la de San Jacinto y termina en la calle Troya (41010), discurriendo paralela a Pagés del Corro, antigua Cava de los gitanos.

Rodrigo de Triana Ése es el nombre con el que pasó a la historia, pero, ni se llamaba Rodrigo ni era de Triana. Entonces, ¿quién fue Rodrigo de Triana?

¿Quién fue Rodrigo de Triana? 
Aparte del nombre con que es conocido y la importancia de su papel en el descubrimiento de América, la historia de este personaje es bastante confusa. Existen varias dudas sobre su procedencia e incluso sobre su nombre. Y se han barajado distintas conjeturas.

Desde que fuera el ayamontino Rodrigo de Jerez. Hasta el lepero Pedro Izquierdo, que iba en la Santa María con Colón. Pasando por Pedro López de La Redondela y que viajaba en la Niña capitaneada por Vicente Yáñez Pinzón.

De quien abro un inciso. Casi al final de la calle y no muy lejos de la estatua, existe un azulejo en una fachada que nos recuerda que, por esa zona de la antes llamada calle Sola, vivió sus últimos años Vicente Yañez Pinzón. Cierro el inciso.

Sin embargo la hipótesis identitaria más aceptada, vuelvo a Rodrigo de Triana, nos dice que se trataba de Juan Rodríguez Bermejo (¿1469?-¿1535?), natural de Los Molinos, Sevilla.

Aunque también se barajan otros lugares de nacimiento, como la también sevillana localidad de Coria del Río o la onubense de Lepe.

Lo que sí sabemos con certeza es que fue hijo de morisco, musulmán convertido al cristianismo, que afincado en Triana se dedicó al comercio de alfarería.

Las desgracias nunca vienen solas
Pero se comprende que el asunto éste de la conversión no debía estar muy clara porque, según consta, y mientras nuestro hombre viajaba hacia el Nuevo Mundo, su padre fue quemado en la hoguera por comerciar con judíos.

No hay duda de que no eran buenos tiempos para las cuestiones de fe. Malos tiempos para la lírica, que dijo el cantor.

También estamos al tanto de que la pérdida de su padre, no fue la única desgracia que padeció Rodrigo de Triana durante el viaje. Recordemos el oneroso incidente sobre la autoría del primer avistamiento de tierra.

Aquél que ganó Colón y que le hizo se quedarse sin los treinta (30) ducados -al cambio unos diez mil (10 000) maravedíes-, y sin el jubón de terciopelo. Bueno pues tras esta jugarreta del Almirante, nuestro hombre se enroló en otras expediciones marítimas, de las muchas que costearon los Reyes Católicos, a lo largo del siglo XVI.

Entre ellas la de las Molucas, en el sudeste asiático, que duraría desde 1525 hasta 1536. Y en la que, por cierto, iba también Juan Sebastián Elcano, quien completó la primera circunnavegación de la Tierra, iniciada por Fernando de Magallanes.

Todo apunta a que Rodrigo de Triana acabó sus días en el norte de África, reconvertido al islamismo, y haciéndose pasar por hijo bastardo de Mudarra. Que esa es otra, pero que dejo aquí.

Ahora quisiera retomar los extraordinarios sucedidos que vivieron el señor Rodrigo y el resto de expedicionarios, en las fechas previas a ese viernes 12 de octubre de 1492.

Inquietantes sucedidos marinos
A pesar de que Colón, para mantener el ánimo de la tripulación, llevaba una doble contabilidad sobre el número de leguas navegadas -y cuando en realidad eran dieciocho (18), unos cien kilómetros (100 km), él les dice que tan solo eran quince (15), unos ochenta y tres kilómetros (83 km)-, a pesar de este engaño, con el paso de los días, la entereza de los marinos empezaba a flaquear. (Continuará)


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