domingo, 11 de noviembre de 2012

¿Por qué nos “pitan” los oídos al salir de una discoteca? (y 2)


(Continuación) Es una consecuencia de tener un órgano tan extremadamente sensible como nuestro oído. Su rápida reacción a una sobrecarga sonora puede producir trastornos de diferente gravedad, en función de la intensidad de la música y el tiempo al que se esté sometido a ella.

Y es que hay muchos tipos de contaminaciones. Aunque la que más suene sea la química, también existen la física, la lumínica visible, la electromagnética, la radiactiva nuclear y, naturalmente, la contaminación acústica.

Midiendo en decibelios
La intensidad acústica, y otras magnitudes, se miden en una unidad conocida como decibelio, de símbolo dB, y llamada así en honor del estadounidense Alexander Graham Bell, conocido por todos como inventor del teléfono.

Cosa que no es cierta.


En realidad este aparato fue inventado por el italiano Antonio Meucci. Pero bueno, esa es otra historia. Una historia de patentes, que hoy no toca. La de hoy es la del nombre de la unidad.

De ella sólo decir que se trata de una unidad relativa, logarítmica, adimensional, escalar y de un alto valor numérico, motivo por el que no se utiliza en la práctica y, en su lugar, se emplea un submúltiplo, el decibelio. La décima parte de un belio, B.

Con ella medimos la contaminación acústica frente a la que nuestro oído tiene su propia estrategia defensiva. La naturaleza es sabia.

Se estima que, sometido a una sobrecarga acústica (por encima de los setenta y cinco decibelios, 75 dB), en nuestro interior se inicia un acto reflejo que hace que el nervio facial tense la cadena de huesecillos y aumente su rigidez.

Un cambio en las propiedades mecánicas del sistema transmisor que impide que pase tanta energía a la cóclea, protegiendo así a las células de posibles daños. Ya por encima de los ochenta decibelios (80 dB) ese ruido puede producir daños irreparables.

Para que se haga una idea, aproximadamente, en las discotecas el volumen no baja de los ciento diez decibelios (110 dB), y no son pocas las horas que se pasan en ella de forma continuada.

Todo un peligro para nuestra capacidad auditiva.

Si no dejamos pasar un tiempo para que las células se recuperen de la agresión, y volvemos a exponerlas a un ruido demasiado intenso, entonces pueden llegar a romperse lo que hará que perdamos la audición de manera definitiva.


Del tinnitus a las postimágenes 
Les empezaba diciendo que el origen del tinnitus discotequil parece estar en el cerebro y así lo explicamos. Dijimos que tiene su origen en la irritación de las terminaciones nerviosas del oído interno, debida a la exposición prolongada a un sonido atronador.

Una sobre estimulación acústica que hace que, aunque haya cesado el ruido, se mantenga la actividad en las células encargadas de transformar el sonido en impulsos nerviosos.

Algo parecido a lo que ocurre con otro de nuestros sentidos, la vista, y órganos, los ojos, cuando los sometemos a una sobre estimulación, en este caso, lumínica.

Como cuando nos da un fogonazo en los ojos y, aunque los cerremos, seguimos “viendo” la luz cegadora. Lo mismo que nos ocurre si miramos durante unos segundos una bombilla encendida y luego cerramos los ojos.

El estímulo luminoso es tan fuerte que, pese a cerrar los ojos, el cerebro conserva la “huella” de la luz y nos hace ver una especie de “fantasma” tras los párpados.

Es lo que se conoce como una postimagen. Les dejo con una.

Si mira fijamente durante unos quince (15) o veinte (20) segundos (s) el centro del círculo amarillo y, seguidamente, fija la vista en el punto negro de la zona gris central, verá su complementario ilusorio, es decir, azul.

Lo mismo con el círculo azul. La ilusión óptica funciona en los dos sentidos.

La explicación mejor la dejamos para otra entrada y momento. No conviene abusar de su generosidad lectora.


1 comentario :

un discotequero dijo...

Está bien. Es verdad todo lo que dice lose por experiencia