miércoles, 12 de septiembre de 2012

A través del espejo. Captotrofília (y II)

(Continuación) Porque, por lo que sabemos, la Captotrofilia no hace distinción de sexos. Tan vulnerables resultan a ella, las mujeres como los hombres.

Algo que no nos debe de extrañar, dada la evolución experimentada por el hombre hacia su cuidado y aseo personal.

No distingue entre sexos, les decía, pero sí muestra un comportamiento, digamos, migratorio. Trato de decirles que no siempre nos fijamos en la misma parte del cuerpo.

Un día la atención se centrará en los abdominales, otro en la nariz y otro, pues en cualquier otra zona del cuerpo que se le ocurra.

La cuestión es ver si estamos perfecto en todo, por todo y en todo momento. Cautela.

Y como nadie, al menos que yo sepa -ni siquiera los más bellos entre los bellos- se sienten a gusto ante el espejo justiciero, de ahí pueden venir nuevos problemas y enfermedades. Precaución.

Unas consecuencias incluso, más peligrosas que la propia obsesión por verse reflejada. Unos trastornos de la conducta humana, típicamente postmodernos, como la bulimia, la anorexia o la adicción a la cirugía estética. Caución.

Ni que decir tiene, que lo aconsejable ante esta situación es acudir a un especialista en salud mental y después, si procede, a un buen cirujano plástico.

Pero vamos, con terapia, la adicción se supera y el espejo (y el quirófano) dejan de ser tan importantes. Nos hemos convertido en otro hombre, en un hombre nuevo.

Ya lo escribió el escritor Jorge Luis Borges (1899-1986), “...los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. El argentino tan vibórico como siempre.

Psicología especular 
Pero junto con la imagen corporal, un espejo nos devuelve también nuestra imagen psíquica. La causante de que nos aceptemos o no, lo hagamos de forma consciente o inconsciente.

Y como la imagen reflejada suele ser un fiel reflejo del grado de aceptación que tenemos de nosotros mismos, es evidente que nuestras reacciones resultan ser muy diversas.

Puede ser, que no reconozcamos como nuestra la imagen que estamos viendo. Nos suele ocurrir también, por ejemplo, con la voz cuando la oímos grabada.

Que no la asociamos con la que escuchamos cuando nos oímos mientras hablamos. Ya hemos enrocado este asunto.

Pero puede ser que sí reconozcamos la imagen como nuestra y, al hacerlo, no nos guste. Una actitud psíquica que influirá sobre nuestra imagen corporal. Estas cosas pasan.

Y, naturalmente, también puede ser que reconozcamos la imagen como nuestra y, al hacerlo, nos guste. Nos guste mucho. Que estas cosas, mire usted, pasan también.

Estoy seguro querido lector que puede ponerle cara y nombre a más de una y uno de éstos que, cuando se ven en un espejo, no tienen por menos que felicitarse.

Vamos que están encantados de haberse conocido. (Continuará)


1 comentario :

Carlos Roque Sánchez dijo...

¿Se refiere usted al síndrome del escaparate?