miércoles, 15 de agosto de 2012

A vueltas con los dedos arrugados (I)


Es probable que escuchara el programa de hace un par de semanas, el que dedicamos a la relación existente entre los dedos arrugados y un agradable y prolongado baño veraniego.

Un comportamiento de la piel con una causa, en principio decíamos, de naturaleza físico-química, que tiene una explicación basada, de un lado, en la composición de la propia piel, formada por epidermis y dermis.

Y de otro, en su respuesta ante el agua que, como bien sabemos, es la de absorberla, por el fenómeno conocido por ósmosis.

Pues bien, sin haberme dado tiempo a publicar una entrada sobre dicho fenómeno de la ósmosis, me llega una información sobre una nueva causa para dicho “efecto dedos arrugados”.

Una de naturaleza biológica evolutiva según la cual, el arrugamiento no sería sólo un simple efecto de ese exceso de agua absorbida. Detrás podría haber un ingenioso mecanismo corporal de defensa, desarrollado por nuestros ancestros para poder agarrarse mejor a las superficies húmedas.

Una muestra más de evolución por selección natural ¿Qué me dicen? No me digan que no está bien traída la entrada.

Hipótesis evolutiva sobre el “efecto dedos arrugados”
Según un artículo publicado en la revista 'Brain, Behavior and Evolution', por el neurobiólogo evolutivo estadounidense de los laboratorios 2AI de Idaho (Estados Unidos) Mark Changizi, la evolutiva podría ser la auténtica razón de que, en los humanos, predomine este “efecto dedos arrugados”.

Basa su hipótesis en un doble hecho que sucede mientras presionamos nuestros dedos de manos o pies contra una superficie mojada.

No sólo las arrugas en las yemas de los dedos crean canales que permiten que el agua se drene a través de ellos, sino que, a la vez, hacen que aumente la superficie de contacto, permitiendo así movimientos más ágiles y seguros, merced al rozamiento.

El sistema nos lo podemos imaginar como algo parecido a lo que ocurre con los dibujos de los neumáticos de nuestros vehículos.

Buscando pruebas en las que sustentar tal idea, Changizi, revisó unos estudios realizados en la década de los años treinta del siglo pasado. En ellos se recogía cómo, individuos con daños en los nervios de los dedos, no experimentaban este fenómeno de los dedos rugosos tras humedecerlos.

Una prueba indicativa de que la respuesta, en realidad, depende del sistema nervioso. Algo por tanto a favor de su hipótesis

Además, con posterioridad, se ha comprobado que otros primates, en concreto los macacos, también responden así cuando pasan mucho tiempo con las manos mojadas. Es decir, ellos sí experimentan el “efecto dedos arrugados”.

Ahora Changizi se propone estudiar si, a otros mamíferos que viven en ambientes húmedos, se les arrugan también los dedos. La cuestión es saber. Les mantendré informados. (Continuará)


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