miércoles, 14 de marzo de 2012

A propósito de la charla: “Sábana Santa y Sevilla: Credulidad, Creencia y Ciencia” (I)

De forma breve les diré que la charla interesó a muchos, gustó a casi todos y no agradó a algunos.

Que interesó lo sé por la afluencia de público y lo que transmitía su lenguaje corporal.

Los cuerpos ligeramente inclinados hacia adelante, una señal de atención. Su comportamiento mientras les hablaba, nadie se movía. Ni una tos ni un carraspeo, un signo de concentración.

Su actitud expectante ante mis palabras, más que a las imágenes que proyectaba la presentación.

En fin. Toda esa serie de indicadores que el cuerpo inconscientemente envía y que, además, no mienten. No pueden mentir. Lo dicho, interesó.

Que gustó a casi todos lo deduzco, no ya por las felicitaciones que allí mismo tuvieron la gentileza de mostrarme, sino por las misivas que por distintos medios me han llegado y llegan. Pero…


… pero.

Siempre hay un pero en esta cesta de frutas que es la vida. Y el caso es que la charla no agradó a algunos.

Lo sé porque, casi al final de ella, un señor se lanzó hacia donde yo estaba y, quitándome la palabra, con un cierto grado de excitación, dijo lo que me imagino quería decir.

Cuando acabó, y mientras se retiraba, una manita de asistentes le aplaudió. Después yo continué con mi intervención.

Bueno, pues en lo que respecta al continente de la charla, poco más que decirles.

No se puede obviar que se trata de una temática, esta de la Sábana Santa, con la que algunas personas, y curiosamente ellas solas, se suelen hacer daño al tratarla.

Sin duda un problema de educación, raciocinio, formación y madurez.

En fin estas cosas pasan.


Educación, raciocinio, formación y madurez.

También pasó que no pude estar a la altura de la interrupción del espontáneo señor.

Ni pude ponerme a su mismo nivel de educación personal. Ni alcanzar su cota de raciocinio intelectual. Ni igualar el ras de su credulidad. Ni contrarrestar la cota de su argumentario.

Y no pude, por la sencilla razón de que no debía hacerlo. Lo comprendí allí mismo, mientras le oía.&

Caí en la cuenta de que nunca la educación que recibí de mis padres estuvo a esa su altura.

Que jamás mi inteligencia me permitiría tal grado de racionalidad.

Que en la vida mi creencia tendría su radicalidad. Y que de ningún modo, mi formación científica me hubiera permitido especular así sobre este tema.

Por eso no pude hacerlo. Porque no debía. (Continuará)

3 comentarios :

Anónimo dijo...

¿Por favor podría decir qué es lo que dijo el hombre que tomó la palabra?, es que cuando lo decía usted en la radio mi pequeña chilló y no lo escuche, y en el artículo tampoco lo dice. Y tengo curiosidad.
No es tanto por el morbo, sino más bien por saber qué tipo de persona (sus ideas) actúa de esa manera.
Gracias.

Carlos Roque Sánchez dijo...

No recuerdo con exactitud las palabras que pronunció, por lo que prefiero no reproducirlas de forma pública. No sería correcto por mi parte.
Le ruego que me disculpe y le agradezco su seguimiento.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola de nuevo.
Al decir "Ni igualar el ras de su credulidad", quiero entender que se trataba de una persona de corte religioso o fervientemente religioso, que no fue capaz de aceptar unos argumentos científicos más o menos razonables, y que además para refutarlos no se basó en ciencia sino en creencia. ¿Me equivoco?
Gracias por responder.