martes, 6 de julio de 2010

Royal Society (II)


(Continuación) Tampoco le andan a la zaga, los logros científicos que se encuentran documentados en los 250 000 manuscritos que hay en sus archivos, y en la actualidad digitalizados y colgados en la Red (http://trailblazing.royalsociety.org/).

Allí podemos encontrar escritos que hablan de cualquier cosa de interés científico. Desde la invención de la penicilina, la primera transfusión de sangre, la fotografía o la pila eléctrica.

Hasta los agujeros negros, las leyes de la termodinámica, la descripción del ADN o la aspirina.

Pasando por el reloj de bolsillo, el electromagnetismo, la selección natural, la demostración de la relatividad o la teoría de cuerdas. De todo y a la vista de todos.

Es el secreto de la ciencia. Junto a una curiosidad sin límites es imprescindible la publicación de lo investigado. Y a mano para que pueda ser revisada.

Es la piedra angular de la ciencia moderna. Una suma de esfuerzos en la que cada avance es publicado, compartido y revisado por la comunidad científica.

Un club diferente a los demás
Curiosidad sin límites, afán por experimentar, imprescindible énfasis en la publicación y, porqué no, un albiónico punto de excentricidad más y, que no se me olvide, la inevitable flema británico, fueron características diferenciadoras de este club de genios. Pero no las únicas.

A la Royal, desde sus comienzos, no se le puede negar un especial olfato a la hora de seleccionar sus miembros.

Sirva de botón de muestra que el astrónomo Edmund Halley, sí el del cometa, fue admitido incluso antes de haber terminado su licenciatura en Oxford. Qué cosas.

O que Charles Darwin lo fuera, cuando aún no se conocían sus investigaciones sobre la evolución. O William Henry Fox Talbot, que lo fue dos años antes de inventar la fotografía.

En todos estos casos, para la Royal, ya era evidente que los personajes prometían.

Y en dicha elección no influyó nunca ni la nacionalidad, ni el nivel social, ni la formación académica del candidato.

Desde este punto de vista, la sociedad siempre se ha distinguido por ser una fraternidad cosmopolita y poco clasista. Ni un ápice de esnobismo ni chovinismo en sus salones.

Más. Si hubiera que ponerle un pero, éste sería el de ser machista.

En este selecto club, la verdad sea dicha, las mujeres han sido consideradas más bien poco. Tratadas con cuentagotas.

Entre las escogidas:

Caroline Herschel (1750-1848) quien, a pesar de que descubrió, ella sola, ocho cometas y catorce nebulosas, no llegó nunca a ser admitida.

Eso sí fue la primera fémina que recibió un salario como científica, 50 libras anuales como astrónoma real. Siempre, menos es más que nada.

Y la física Hertha Ayrton (1854-1923), primera nominada en la historia de la sociedad, pero cuya candidatura acabó siendo rechazada por una razón peregrina: estaba casada.

Está visto que no se puede tener todo en la vida.

Anecdotario real
Revisando la historia de esta institución nos encontramos que, en ese constante poner todo a prueba, no conformarse con las verdades establecidas, comprobar sin descanso, etcétera, a veces, ha rozado el ridículo.

Es lo que le sucedió a Daines Barrington cuando, en 1769, visitó el hogar de Mozart.

El genial músico tenía, por aquél entonces, apenas ocho años y se dudaba que fuera capaz de realizar las proezas que de él se hablaban.

Demasiada precocidad para tan poca edad. Esa era la opinión generalizada.

De ahí que la Royal enviara al naturalista, que se cruzó media Europa y lo sometió a una batería de exámenes físicos, mientras Mozart tocaba el clavicordio.

Por lo que podemos ver en la documentación existente, Barrington volvió a Londres más que satisfecho.

En su informe exponía con toda solemnidad:

“No es un enano, como sospechaban algunos, sino un genio precoz que toca como los ángeles, a pesar de que sus deditos apenas llegan a una quinta parte del teclado y que, juguetón, deja la interpretación a medias y se baja del taburete para perseguir a su gato”.

Lo que se dice un niño genial. (Continuará)

2 comentarios :

Manuel García dijo...

si hay alguna anécdota más megustaría que la publicara

Anónimo dijo...

Buena info. Enhorabuena.