lunes, 21 de septiembre de 2009

Pauli, el físico gafe

Aunque no lo crea, en esta vida hay quien cree que existen personas que traen mala suerte.

Seres que a su paso llevan desventuras, generan desgracias, siembran catástrofes o desatan hecatombes. Pero siempre con una peculiaridad.

Todo este cúmulo de accidentes lo sufren sus familiares, amigos y compañeros. Y ocurren en aquellos lugares donde se ha detectado su presencia, ya sea ésta próxima o lejana, recuerden este detalle. Pero, ¡ojo!, a él no le afectan.

Lleva la mala suerte consigo, pero no es para sí. Es para los demás. Ésta es una característica de los gafes y de su condición, llamémosla gafismo.

Existen gafes conocidos en todos los campos de la actividad humana, y la gente sabedora evita, incluso, pronunciar su nombre. No hay profesión, partido político, club social que no tenga sus gafes. Tampoco en el campo de la ciencia faltan.

Se cuenta que Wolfgang Pauli -uno de los fundadores de la Física Cuántica, que como es sabido constituye uno de los tres pilares de la Física Moderna junto con la Relatividad y la Teoría del Caos- era algo más que un torpe experimentador en el laboratorio. Era gafe.

Debo de aclararles antes de seguir, que es un hecho aceptado por todo el mundo científico, la casi absoluta ineptitud de los físicos teóricos para manejar instrumentos experimentales.

Es más, hay quien dice que el prestigio de un físico teórico se mide en función de su capacidad para romper, ¡ojo!, sólo con tocarlos, los aparatos más delicados.

Pues bien, según esta ley no escrita, Pauli tendría que ser un físico teórico de los mejores. Porque no era necesario ni siquiera que los tocara.

Los aparatos se caían, rompían, saltaban en añicos o empezaban a arder solos; la corriente eléctrica se iba; los instrumentos empezaban a dar resultados contradictorios y, todo eso, en cuanto él ponía los pies en un laboratorio. Y como saben, era un extraordinario físico teórico.

No olvidemos que suyo es el Principio de Exclusión, según el cual es imposible que dos electrones de un átomo puedan tener los mismos números cuánticos.

Por eso, basta atar cabos, nadie lo dudaba. Todos sus compañeros sospechaban su condición de gafe. De hecho, tan frecuentes eran estos sucedidos que a este extraño fenómeno comenzó a llamársele el “Efecto Pauli”.

"Efecto Pauli"
Se cuenta que en cierta ocasión, una pieza excepcionalmente cara de un equipo que se encontraba en el Instituto de Física de la Universidad de Göttingen -institución científica con la que Pauli colaboraba, a pesar de él residir en Munich- se estropeó de forma misteriosa.

Al parecer explotó sola y quedó destrozada sin razón aparente, y sin que el experimentador gafe hubiese estado presente.

Temiéndose lo peor, el responsable del laboratorio, el profesor James Frank, sospechó que a lo mejor el gafe sí había estado en el edificio. Preguntó y no, no había estado. A punto de dejarlo, tuvo una intuición. Llamó al despacho de Pauli y le dijeron que estaba de viaje.

Preguntó entonces su itinerario y supo que, en el mismo momento del incidente en el laboratorio, el tren en el que Pauli viajaba de Zúrich a Copenhague, se había detenido cinco minutos ¡en la estación de Göttingen!

Ya ven. También a distancia. Tal es el poder de la gafedad.

Indicar, antes de finalizar, que el referido principio de exclusión fue una contribución muy importante en la determinación de la estructura interna del átomo, de acuerdo con el modelo atómico de Niels Bohr.

1 comentario :

juan guzman dijo...

no sabía lo del efcto pauli. debe escribir más como este