martes, 8 de enero de 2008

De casta le viene al galgo (I)


Hace unos meses, preparando un trabajo sobre científicas galardonadas con el Premio Nobel, me surgió una pregunta: ¿Cuántos científicos con el Nobel han tenido hijos que lo hayan recibido también?


Mi interés por esta cuestión lo motivó el extraordinario caso de los Curie, una familia que, entre padres e hija, juntan cuatro a los que se les puede sumar el del yerno. Lo que no está nada mal. Pero a lo que iba.

Una hora de revisión bibliográfica y otra de Internet me proporcionaron la respuesta: ocho ganadores del Nobel tienen hijos que también lo han obtenido. Ocho padres y siete hijos.

Una respuesta que nos lleva a otra pregunta (es lo que tiene de malo la ciencia, que nunca se acaba de preguntar): ¿Casualidad? ¿Se hereda la inteligencia? ¿O hay algo más?
¿Qué es la inteligencia?
A tenor de lo dicho parece evidente que sí, que la inteligencia se hereda genéticamente. Pero nada es tan sencillo como parece. Porque una cosa son las evidencias y otra las pruebas.
Además, ¿qué se entiende por inteligencia? ¿Qué es para usted? Se trata un detalle a tener en cuenta, ya que hay más de media docena de definiciones.
Si nos quedamos con que inteligencia es la “capacidad para resolver problemas” la respuesta, en primera instancia, sería sí. Hay determinadas características en el sistema nervioso que sí se heredan, o sea, que es posible una determinada herencia genética.
Por decirlo de alguna forma, la base con la que nacemos es herencia de los padres. Pero ¡ojo!, ésta no determina nuestra inteligencia final.
La familia Curie
Marie Curie fue la primera mujer en ganar un Nobel. Fue el de Física en 1903 y lo compartió con su esposo Pierre Curie y A. H. Becquerel, “En reconocimiento a su extraordinario aporte por el descubrimiento de la radioactividad”.
Su hija Irene Curie tenía seis años por entonces, demasiado pequeña para darse cuenta de lo de sus padres.

Pero tenía catorce cuando su madre recibió, ahora el de Química en 1911, “En reconocimiento por el avance para la química que ha supuesto el descubrimiento de los elementos radio y polonio, el aislamiento del primero de éstos y el estudio de la naturaleza y los componentes de dicho elemento”.
Edad más que suficiente para entender lo que de excepcional tenía su situación familiar, presenciar el perseverante trabajo de sus padres y recibir la influencia de su educación. Irene fue asistente de su madre desde que tuvo 18 años.
Cuando ella, en 1935, recibe junto a su marido Frédéric Joliot, el de Química, “En reconocimiento por haber logrado la síntesis de nuevos elementos radiactivos”, se convierte en un caso paradigmático.
De un lado está la herencia genética: su abuelo materno era profesor universitario de ciencias, sus padres tenían un elevado coeficiente intelectual, etc. Pero de otro está el entorno en el que se crió, los estímulos vitales que recibió, etc ¿Cuánto influyó cada uno en su inteligencia final?

Herencia y educación
Recientes estudios de la UCLA, realizados sobre gemelos y empleando la técnica de neuroimagen, valoran en alrededor de un 20% la influencia de la genética sobre la inteligencia final de las personas.
De modo que la manera de educar a un hijo es más importante y decisiva que la herencia genética que le damos. Lo explican suponiendo que hay una estructura básica del sistema nervioso que no es rígida, sino moldeable.
Lo asemejan a una mano. Que si se emplea para forjar el hierro terminará teniendo los dedos gruesos, la piel áspera y una fuerza extraordinaria. Pero que si se utiliza para tocar el piano tendrá los dedos largos y ágiles, la piel fina y gran sensibilidad.
De modo que la influencia de la educación y los estímulos familiares, son los que determinan el grado de avance de la base que recibimos por herencia genética. Esta es la ecuación de la inteligencia.
Los Bragg y los Bohr
Así ocurrió en el caso de los Bragg, padre e hijo. Sir William Henry Bragg y Sir William Lawrence Bragg recibieron en 1915 el Premio Nobel de Física, “Por el análisis de la estructura de cristales por medio de Rayos X”.
Se da el caso de que Lawrence es el científico más joven en ser laureado con este premio. Tenía tan solo ¡25 años!, su padre 53.
Otro ejemplo de que nuestra inteligencia final es la suma de lo heredado más la educación que recibimos y los estímulos de nuestro entorno, es el de la familia Bohr.
En 1922, Niels H. Bohr recibía el P. N. de Física “Por sus estudios de la estructura del átomo, y de las radiaciones que emanan de ellos”.
Cincuenta y tres años más tarde, en 1975, su hijo Aage N. Bohr lo recibía también en Física “Por el descubrimiento de la conexión entre el movimiento colectivo y el movimiento de las partículas en el nucleo atómico, y el desarrollo de la teoría de la estructura de los núcleos atómicos en función de esta conexión”.
El joven Aage creció bajo la tutela de genios de la talla de W. Pauli y W. Heisenberg. No era mal estímulo. A tenor del familiar trío de Bohr de la foto, parece que la tradición sigue. (Continuará).

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